DETRÁS DE UNA CRISIS PUEDE HABER OTRA ESCONDIDA por Michel Leis

Traduction du texte de la conférence de Michel Leis donnée le 2 décembre 2013. Texto de la conferencia impartida por Michel Leis 2 de diciembre 2013 – Traducción Myriam Fernández de Heredia

No, la ciencia económica no lo explica todo

El drama de la economía es que habla de números: el  PIB, la inflación, el desempleo y la deuda se consideran indicadores de la salud económica de un país. Debido a que estas cifras se cuantifican con cierta precisión, la economía se considera una ciencia “dura”. Una ciencia ”dura” es una ciencia  donde se demuestran las reglas, y  los experimentos  pueden ser reproducidos;  estas características permiten predicciones fiables. Todo el mundo ha visto que el discurso económico estaba a menudo en contradicción con los hechos. La economía es un conjunto de técnicas que pueden dar una descripción del mundo en un momento dado, lo que le permite ofrecer algunas interpretaciones de los acontecimientos pasados ​​,  pero fundamentalmente le falta algo para modelizar el futuro.

Ese algo puede ser el  factor humano. La economía es principalmente el resultado de las acciones de los individuos. Cualquier persona que trabaje o haya trabajado en una gran empresa o una gran organización sabe cómo influyen las creencias y las pasiones humanas en su gestión.  Los grandes éxitos proceden con frecuencia de la combinación de una idea innovadora y el carisma de un jefe extraordinario. Steve Jobs y Apple o el  walkman de Sony no deben gran cosa a la racionalidad económica. Esto también es cierto para las medidas económicas emprendidas por el mundo  político, las razones expuestas para justificar tal o cual medida son a veces una coartada. Lo que conforma  la decisión son las certidumbres de los individuos y los conflictos que surgen de la confrontación de estas certidumbres. En materia de gestión,  algunas obras de la  » comedia humana  » de Balzac o algunas obras  de Zola son mucho más enriquecedoras que todas las lecturas de manuales teóricos.

La economía no es una ciencia “dura”, por lo que no puede producir verdades  absolutas. Todas las teorías económicas se basan en fuertes presunciones sobre los roles en la sociedad y las relaciones de poder. Lo que es cierto para la teoría es aún más cierto para la acción económica. Es fácil imaginar esta idea, en relación con el déficit de los Estados, causado por las decisiones sobre el gasto y los ingresos. En una gran empresa, los resultados presentados reflejan el equilibrio de poder entre la expectativa de beneficios de los accionistas y la estrategia adoptada por los equipos de gestión, con el riesgo de que se despida a estos equipos si no cumplen con las expectativas de  dividendos.

En general, el equilibrio de poder tiene un papel central en la economía, que a menudo se pasa por alto. Me gustaría tomar como ejemplo los precios. Todos conocemos la ley de la oferta y la demanda, y sin embargo, la evolución de los precios en la realidad es muy diferente de lo que dicta la teoría. El precio refleja una historia, que toma en cuenta el coste, las estrategias de los competidores, las relaciones de dependencia e incluso la capacidad de perjudicar. En un supermercado, ¿cree que el precio de compra es el mismo para un producto que se vende con el nombre de la tienda y una gran marca respaldada por una publicidad importante en la televisión? ¿Por qué los consumidores compran un paquete de pasta Barilla en lugar de uno Carrefour o Dia, que es menos caro? ¿Y quién va a ganar más dinero, el productor o el distribuidor?  La lucha para crear el margen y apropiarse de la mayor parte de este no tiene nada que ver con el precio de equilibrio mencionado en nuestros libros de texto, sino que tiene todo que ver con las relaciones de poder.

Por lo tanto no hay neutralidad en la economía. Una vez que tenemos esto presente, podemos pasar a hablar de la crisis.

¿Qué es la crisis?

Los trabajadores de Arcelor, de Caterpillar o de Ford Genk(°), por desgracia tienen una idea muy clara de la crisis. Pero ¿qué cambia para  la mayoría de las personas? ¿Más presión en su trabajo? ¿Los titulares de prensa? ¿Algunos sacrificios en los gastos diarios?

La crisis se define a menudo como una recesión. Por definición, la recesión consiste en dos trimestres consecutivos de caída del producto interior bruto. En muchos países hemos tenido variaciones trimestrales en el orden de -0,2 a -0,5 %. Para el conjunto de la Unión Europea, la caída del producto interior bruto es de sólo un 1% entre 2008 y 2012. ¿Es esto suficiente para caracterizar una crisis? La crisis de 1929 a la que se hace referencia a menudo condujo a una recesión en el orden de 25-30% en los países occidentales, es obviamente mucho más importante.

Sin embargo, yo no quiero minimizar la crisis aquí. Aunque el producto interior bruto de Europa se redujo en un 1%, la caída del mercado de la automoción fue de más del 20 %. La actual reestructuración dará lugar a millones de desempleados en toda la industria. Grecia ha perdido más del 25 % de su producto interior bruto, y el desempleo en este país está por encima del 27 %, mientras que en Alemania el PIB ha crecido un 6 % y el desempleo está a penas por encima del 5 %. La crisis actual tiene efectos muy fuertes, pero en regiones o sectores localizados. Esto sugiere una imagen en la que quiero detenerme: la de un terremoto.

Todos ustedes han visto al menos una vez en las imágenes de un terremoto en televisión. Por aquí un edificio que se mantuvo intacto, mientras que el de al lado se derrumbó como un castillo de naipes. La reconstrucción da nueva forma a las ciudades. En San Francisco, la buena resistencia del barrio de  Bel Air durante el terremoto de 1906 lo convirtió en una zona muy cotizada después. Se trata de una imagen muy evocadora: la crisis destruye riquezas, pero no en todas partes y no para todos, y vuelve a repartir las cartas entre las regiones, los países y los sectores.

En el origen de los terremotos hay  grandes placas en las que se apoyen los continentes. Estas placas se deslizan y colisionan, se superponen y se apartan. Este movimiento no es continuo, las fuerzas y las tensiones se acumulan hasta que la energía almacenada se libera en forma de un terremoto. Sugiero que continuemos con esta analogía imaginando que estas tres placas son los ciudadanos, el mundo empresarial y el mundo político. Y en el momento de los treinta años gloriosos, todo está bien, no hay terremotos.

Antes de la crisis: los Treinta Años Gloriosos (1945-75)

Mi entrada en la adolescencia coincidió con el final de este período, del que tengo bastantes recuerdos lejanos y la sensación de que la creencia en un futuro brillante era compartida por muchos, empezando por mis padres. Los libros de mi infancia se extasiaban con el progreso de la técnica, cuando la televisión, todavía en blanco y negro, difundió los primeros pasos del hombre en la luna. La fe en el progreso, la ciencia y la mejora de las condiciones materiales sólo podía conducir a un futuro mejor.

La nostalgia es un prisma que distorsiona la realidad. Los conflictos de este período fueron numerosos y en ocasiones violentos y  la mejora de las condiciones materiales comenzó realmente en los años 60. Sin embargo, el progreso es innegable: aumento del poder adquisitivo, equipamiento del hogar, desarrollo de una clase media, introducción de salarios mínimos, la lista es demasiado larga para ser exhaustiva.

¿Cómo explicar esta evolución? Creo que los políticos de la época compartían la idea de los beneficios del progreso y de un futuro mejor. Las clases dirigentes tuvieron en cuenta las lecciones del pasado,  habían vivido la crisis del 29 y la Segunda Guerra Mundial. Reformas y proyectos expresaban la voluntad de afirmarse en un contexto mundial de una rivalidad generalizada entre países y entre los bloques.

La Guerra Fría, paradójicamente, tuvo un papel fundamental. A pesar de los estragos del estalinismo, persistía el aura del bloque del Este para una parte de la población. La URSS  financiaba los sindicatos y los partidos comunistas y estos empujan el progreso social. Al mismo tiempo, muchos países tenían proyectos de prestigio que había que mostrar al bloque de enfrente y que se añaden al desarrollo de las infraestructuras. El gasto del Estado corre asume una gran proporción de la inversión total. Para la financiación de estas políticas, los impuestos son altos, especialmente para las empresas. El impuesto sobre los beneficios fue superior al 50 % en los años 60, lo que limitaba las expectativas de ganancias. En aquel tiempo, las empresas hablaban principalmente de crecimiento o de tamaño, de integración horizontal o vertical. Mientras tanto, los gobiernos votaban leyes sociales que iban mucho más allá de sus corrientes políticas. Mostrar la prosperidad del bloque occidental no tenía precio. Para ser irónico, podríamos decir que el mayor logro del bloque soviético ha sido su contribución a la prosperidad de Occidente.

Limitarse únicamente a la guerra fría no lo explica todo. La reconstrucción de la posguerra fue el detonante para el crecimiento. El retorno al pleno empleo puso a los trabajadores en una posición favorable. Cuando la acción colectiva no daba fruto, aún era fácil  “liar el petate” e ir a buscar salarios más altos a otra parte. La educación fue la promesa de acceso a la movilidad social, el desarrollo de la tecnología abría un mundo de oportunidades para las personas que salían de las universidades y escuelas de ingeniería. Las ganancias de productividad seguían siendo  absorbidas por el crecimiento y la participación en el valor añadido claramente mostró una distribución más favorables para los trabajadores.

Los orígenes de la crisis

¿Cómo se salió de este período? En los años 70 y 80 se produjeron una serie de acontecimientos que rompieron el equilibrio de poder entre los individuos, las empresas y la política. Es a partir de estas dos décadas cuando se acumulan las tensiones. Las crisis sucesivas que se produjeron durante  estos años no liberaron toda la tensión, de ahí la violencia de la crisis actual.

¿Cuáles son estos acontecimientos? En primer lugar, los Estados Unidos se vieron gravemente debilitados debido a  la guerra de Vietnam y los grandes déficits comerciales financiados a base de imprimir dólares. Por supuesto, otros países se beneficiaron de esto. El Reino Unido autorizó la suscripción de préstamos en dólares que estaban fuera del control del banco central de EE.UU. De repente, se encuentran  grandes cantidades de dólares fuera de los Estados Unidos. Alemania solicita el reembolso de sus dólares excedentarios, lo que hace que sea imposible mantener su convertibilidad en oro. En agosto de 1971 se suspenden los acuerdos de  Bretton Woods. Es el fin de la estabilidad monetaria garantizada por el poder estadounidense. Los productores de petróleo, a los que se  paga en dólares  devaluados, aprovechan el pretexto de la guerra de Yom Kippur para aumentar sustancialmente el precio del petróleo. Un período caracterizado por lo que se llamó estanflación, mezcla  de inflación y estancamiento,  y un gran aumento del desempleo .

En los años 80, los Estados Unidos se recuperan gracias a la inflación. Así financian sus déficits de forma barata y lanzan la Iniciativa de Defensa Estratégica, más conocida como « Guerra de las Galaxias ». La URSS, debilitada por la guerra fría y una costosa expedición militar en Afganistán es incapaz de superar las dificultades. Los presupuestos militares aspiran los recursos a expensas de las necesidades de la población. La nomenklatura encuentra cada vez más difícil mantener tapada la olla del descontento. A finales de los años 80, los Estados Unidos ganaron la Guerra Fría y el bloque de  los países del Este se derrumba. El contrapoder informal que había mantenido la cohesión del bloque occidental y contribuido a su prosperidad desaparece.

Esta secuencia de acontecimientos sirve a la vez de revelador y de detonante. La inflación producida a raíz de la primera crisis del petróleo acelera una evolución iniciada en los años 60. Podemos mirar la historia de la crisis de 1970 como una ilustración de lo que yo llamo « la paradoja del guepardo » , inspirada en la famosa cita de la novela de Lampedusa : « Había que darse prisa en cambiar todo para que nada cambiara ». Las principales reformas se hacen para defender el sistema, pero aquí es donde está la paradoja: estas reformas, con el tiempo, acaban por cambiar el sistema.

Cada uno interpreta su propia partitura: las empresas, la política o los individuos. No hay planificación, lo que es característico de nuestro modo de funcionamiento. En la confrontación de estos cambios realizados para conservar lo existente es donde se encuentra la fuente principal de la crisis actual.

En primer lugar, la crisis de principios de los años 70 pone de manifiesto una demanda débil.  Esencialmente, el consumo de los Treinta Años Gloriosos se basó en equipar los hogares  de automóvil, televisión y electrodomésticos. La lógica económica de la época fue la producción masiva grandes series de productos idénticos o casi idénticos. Los productos no se reemplazaban  con frecuencia. En el caso del automóvil, se mantenía el ciclo de un mismo modelo durante más de 15 años sin grandes cambios. Una vez que los hogares estaban equipados, había que esperar hasta que una avería o el desgaste diera lugar a una nueva compra.

Había que mantener esta demanda que se debilitaba. El mundo económico va a desarrollar para ello una nueva estrategia. Es necesario que el consumidor compre más a menudo. El motor de la adquisición ya no debía ser la necesidad, sino el deseo permanentemente renovado por la gracia del marketing, el objeto del deseo se va convirtiendo gradualmente en el  deseo del objeto. La comercialización tiene prioridad sobre la producción.

Poseer un objeto ya no es suficiente. El automóvil que conducimos, las marcas que nos visten, los muebles, y los teléfonos móviles y tabletas posteriores proporcionan una imagen de nosotros mismos. Hay que seguir estado al día, comprar la última novedad,  renovar las suscripciones o licencia. E incluso cuando decidimos ser críticos y guardar las distancias, nuestros hijos se encargan de devolvernos a llevar al redil; al redil de los comerciales, por supuesto.

Las cosas empiezan a estropearse cuando las empresas deciden obtener mayores beneficios, mas adelante explico las razones de este cambio. Las relaciones de poder han cambiado para los trabadores, principalmente debido a las deslocalizaciones y al desempleo. Cuando uno está en una posición débil para negociar, las rentas del trabajo crecen más lentamente. Además, las estadísticas reflejan mal la realidad porque las subidas salariales que se  van produciendo reflejan el divorcio entre la alta dirección y demás empleados.

Pero los salarios no lo son todo. Las novedades que no cesan se van comiendo también nuestro presupuesto. Un ordenador  nuevo por aqui, una tableta o suscripciones por alla … Ya conocemos el dicho, un grano no hace granero, pero ayuda al compañero. Incluso si la inflación está controlada oficialmente en los años 80, sigue presente en algunas áreas. La burbuja inmobiliaria es una carga cada vez mayor en nuestro presupuesto familiar. En otras áreas, unos servicios sustituyen a otros y su contenido ligeramente diferente justifica el aumento de precios.

Pese a todo, intentamos mantener nuestro consumo, sobre todo suscribiendo nuevos préstamos. También nos decantamos por unos productos y no por otros. Sacrificamos o retrasamos nuestro consumo de lo que parece superfluo y continuamos comprando objetos que parecen esenciales para nuestro estatus social. Para los productos esenciales para nuestra supervivencia como los alimentos y la ropa, rechazamos la lógica de los fabricantes y optamos por comprar más barato. Son estos reequilibrados los que explican por qué algunos sectores  se ven mucho más afectados que otros por la crisis y ya no pueden ser rentables por falta de clientes.

La industria de bienes consumo se plegó a las exigencias de comercialización para que los productos se renovaran con más frecuencia y se vendieran a precios más altos. Tuvo que cambiar su forma de producir y las inversiones se centraron en la búsqueda de las ganancias de productividad necesarias para controlar el coste unitario.

Las grandes unidades que fabrican la totalidad  de un producto de la A a la Z en una línea de montaje enorme desaparecen. La creciente automatización de los procesos productivos cambia la organización del trabajo . Por un lado, algunas tareas sencillas que se resisten a la automatización se confían a subcontratistas, que deben producir las piezas banales más barato. Por otra parte, algunos de estos subcontratistas que trabajan en áreas muy especializadas, pueden reclamar altos precios, que es el caso de los fabricantes de procesadores. Otro cambio consiste en que las existencias se convierten en el enemigo: son caras y se vuelven obsoletas ya que los modelos cambian muy a menudo. Todo debe ser entregado justo a tiempo, listo para ser ensamblado en el producto final; pero si la demanda disminuye, la inercia de la producción hace que las existencias se acumulen en el extremo de la cadena.

Hay que añadir que cuando la parte correspondiente a la mano de obra sigue siendo importante en el proceso de producción, se encuentra  compitiendo con otros países que  producen más barato. Parte de la producción se deslocaliza, como los textiles. La cantidad de trabajo es cada vez mayor en el mundo, pero cambia su distribución: cuando permanece en los países occidentales, el trabajo lo hace a menudo una máquina, cuando el trabajo se exporta a lugares donde cuesta menos , la inversión en una máquina se justifica menos y el trabajo lo hacen es principalmente las personas . Esto es lo que han venido a recordarnos los trágicos incendios de  fábricas en Bangladesh.

Quedan las actividades de servicios o de comercialización. Una vez más, las cosas cambian. El advenimiento de los ordenadores en la década de 80 elimina profesiones: no quedan más taqui-mecas que las de las canciones. Esto es cierto para muchísimas funciones y profesiones y la tendencia continúa: un buen diploma ya no es una garantía absoluta contra el desempleo.

Una vez el producto está terminado, todavía es necesario venderlo. Lo que más importa en términos de distribución de beneficios  es el dominio de la comercialización y el marketing, que determina quien hará un margen. En algunos sectores, como alimentos y ropa, son las empresas de distribución las que se reparten la parte más importante y  la planta se reduce al mínimo, lo que no deja de tener repercusión en el empleo. En otros, el fabricante sigue siendo capaz de imponer sus precios a la distribución.

Una vez que se produjeron estos cambios en los años setenta, volvió el crecimiento, pero creando  pocos puestos de trabajo, mientras que la inflación seguía siendo alta. Es en este momento cuando un grupo de pensadores activo desde el fin de la guerra  conoce su hora de gloria: es la escuela de Chicago. Se convencerá a los partidos que llegan al poder de que den más  oxígeno a las empresas mediante la reducción de impuestos, la privatización de los servicios públicos y la liberalización de los mercados, empezando por el de trabajo.

En realidad, el mundo político no consigue actuar sobre el aumento del desempleo, está obsesionado con el control de la inflación o el retorno de un crecimiento que, sin embargo ha dejado de producir los mismos efectos. La economía ocupa un lugar central en la agenda política. Los buenos indicadores económicos se convierten en la medida del éxito de un gobierno. Con el derrumbe del bloque del Este, desaparecen las últimas referencias sociales que creaban un contrapoder. El mundo de la política se confunde con el de la gestión. Pero al favorecer la economía, el poder político se encuentra en posición de rehén de la buena voluntad de las empresas. Estas están en condiciones de ejercer un chantaje constante y de disfrutar de un equilibrio de poderes muy favorable. Algunas multinacionales llegan a ser « demasiado grandes para quebrar” . De este modo  los riesgos asumidos por los bancos están cubiertos por el Estado, es decir, usted y yo como contribuyentes somosn la garantía última de la deuda de los estados.

Hacia la crisis actual

En los albores de los años 80, liberadas de una gran parte de sus limitaciones, las empresas y los accionistas exigen más beneficios y dividendos. El aumento de las expectativas de beneficios tendrá muchos efectos secundarios en los años siguientes. Las tasas de beneficio se ponen por las nubes y se propagan como restricciones a toda la economía con resultados contradictorios.

En primer lugar, las expectativas de altos beneficios desvían parte de las ganancias de productividad a la distribución de dividendos. A continuación, este aumento se traduce también significa en costes más bajos. Lógicamente, los precios propuestos a los subcontratistas caen. Se ejerce presión sobre los salarios; la desaparición de las grandes unidades de producción y el aumento del desempleo no son un ambiente muy favorable para los trabajadores. Por último, las reducciones de impuestos da ideas. Los recortes de impuestos concedidos aquí y allá no son suficientes. Anadir intermediarios en paraísos fiscales puede desviar una parte importante de los beneficios imponibles. La elevada optimización fiscal permite que algunas grandes empresas paguen menos del 20 % e incluso menos del 10 %. Tenemos un buen ejemplo con los intereses nocionales, que permita a Bélgica clasificarse entre los diez primeros paraísos fiscales en el mundo. Sin embargo, para los simples asalariados esto dista mucho de ser una evidencia.

El crecimiento a partir de los anos 80 se basa en el auge del crédito, que es barato en términos reales. Las personas recurren al crédito al consumo para comprar los productos que las empresas ofrecen en abundancia. Las empresas utilizan el crédito no solo para financiar sus inversiones , sino también para pagar más dividendos mediante la compra de sus propias acciones.

Además, el crédito es en sí mismo una operación muy rentable. Los bancos prestan un dinero que no tienen a personas o empresas que tampoco lo tienen o que no quieren movilizar su liquidez. La diferencia entre el coste de los recursos tomados en préstamo por los bancos y los tipos de interés que estos  perciben crea un margen. Como el capital inmovilizado por los bancos es escaso en relación con el importe total de los créditos otorgados, la rentabilidad sobre recursos propios es enorme. Cuanto mas arriesgado es un crédito, más alto es el tipo  de interés que se cobra, y mayor es el margen generado; es decir, es más rentable prestar a los pobres.

Los beneficios procedentes de la economía real resultan poco atractivos en comparación con los beneficios obtenidos en la venta de crédito o en la especulación. Esta especulación desempeña un papel cada vez más importante en las inversiones y crea las ilusiones a las que llamamos burbujas. Burbuja de Internet en 2000, luego burbuja inmobiliaria, la lista no es exhaustiva. Al ritmo de los sucesivos estallidos, las crisis se activan siempre siguiendo el mismo patrón. Ya fue asi en la historia de la fiebre de los tulipanes que se apodero de Holanda en el siglo XVII y terminó con un colapso en febrero de 1637.

La burbuja  más importante creada a partir de este mecanismo es la del crédito arriesgado creada en paralelo con la burbuja de la vivienda. La reventa con beneficio de las  viviendas embargadas  en caso de impago cubre los riesgos y paga los intereses que se siguen debiendo. Además, los grandes bancos se deshacían de algunos de los riesgos vendiéndolos a los clientes o a otros bancos en forma de productos estructurados de alto rendimiento que disfrutan de la calificación de triple A  de las agencias de calificación crediticia en la medida en estas no se planten la posibilidad de un  “cisne negro”. Justo antes de la crisis, los bancos comerciales de Estados Unidos alcanzarán un rendimiento del capital de alrededor del 20 % , que es enorme. Ya no estamos en la economía real, sino en el casino. El detonante de la crisis actual es sobre todo el estallido de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos. Como el riesgo de crédito deja de estar cubierto, la morosidad crea enormes agujeros en las cuentas de los bancos. Los Estados toman prestado y aumentan sus déficit para cubrir esta pérdida ligada a los créditos especulativos, y se endeudan con los mismos bancos.

Pero también hay consecuencias para la economía real. Una minoría de los consumidores sigue siendo en gran medida solvente, pero la mayoría de las personas tiene dificultades para llegar a fin de mes. Esto es a la vez un señuelo y una amenaza para las empresas. Un señuelo, porque todas las empresas quieren vender estos clientes privilegiados, pero es, obvio que la cantidad de clientes así no es infinita, es  el espejismo alemán. El peligro es que en tiempos de crisis, la mayoría de los clientes recortan violentamente su presupuesto. Los invendidos se acumulan muy rápidamente. En una lógica económica basada en renovar productos cada 2 o 3 años, las existencias son el enemigo, y las instalaciones industriales son mucho menos flexibles de lo que parece. Una vez agotados los efectos de  las promociones habituales, hay que cerrar líneas de montaje o plantas enteras.

Una crisis puede tener otra detrás escondida

En resumen, el mundo económico detesta la incertidumbre y sólo busca mantener e incrementar su rentabilidad; los ciudadanos no quieren poner en peligro sus logros sociales ni sus hábitos de consumo; los políticos quieren reformar sobre todo para ganar las próximas elecciones o al menos para no perderlas. Pero hay una dinámica del cambio. Las reformas emprendidas para mantener o mejorar una situación en un momento dado tiene un efecto en cascada que termina por superar completamente el contexto inicial.

El pasado está lleno de historias de este tipo. El derrumbe del bloque del Este es un buen ejemplo.  Aunque la comparación con la opulencia occidental se hacía cada vez más cruel, el poder comunista  emprendió reformas para aliviar la frustración de sus ciudadanos. El surgimiento de una economía de mercado abrió nuevas perspectivas para algunas de las élites existentes. En el proceso, las estructuras de poder fueron cediendo una a una arrastrando hacia el abismo a los iniciadores de la reforma. En el partido que disputan la nomenklatura del poder político y las nuevas elites económicas, ganan por goleada estas últimas por su mayor eficacia. El fin de la URSS es el resultado paradójico de las reformas iniciadas para que la nomenklatura siga siendo la nomenklatura .

En este largo período de cuarenta años hemos conocido una sucesión de crisis, pero también largos períodos de remisión. Sin embargo, nunca ha habido una cura. Nunca se han tratado las causas de las crisis pasadas ​​. Las crisis se han ido acumulando, separadas por capas de crema ya son los períodos de remisión. Hasta ahora las tensiones que se iban acumulando explotaban en forma de crisis económicas. Sin embargo, nada dice que esta sea la única forma posible. Una crisis puede esconder otra crisis.

En primer lugar, el énfasis que se ha puesto en la crisis financiera y la deuda de los estados nos hace olvidar que hay una crisis de la demanda en la economía real. Esto se acentúa con las medidas de austeridad en los distintos países. El modelo basado en la rápida rotación de los productos se ha visto obstaculizado por la disminución relativa de los ingresos del hogar. El poder adquisitivo no aumenta y algunos gastos como la vivienda, la energía y las comunicaciones provocan grandes agujeros en nuestros presupuestos. Sólo se mantiene fuerte la gama alta, pero para un número limitado de empresas.

Al mismo tiempo, las empresas más grandes escapan a este patrón. Sus futuros clientes ya no están en Europa, sino en los llamados BRICs (Brasil, Rusia , India, China) . Su estrategia, bastante lógicamente desde su punto de vista, es reproducir una historia que ha tenido éxito en occidente. En estos países ansiosos por atrapar su retraso, el consumo basado en la imagen funciona especialmente bien con las personas.

Esta estrategia coloca a los países occidentales en un lugar secundario. Los productos vendidos en Europa o los Estados Unidos contribuyen a la reducción de costes. Los beneficios se realizan en los mercados emergentes. El día en que los mercados occidentales no contribuyen suficientemente a este beneficio global, existe un riesgo real de que estas empresas se retiren de estos mercados.

Mientras tanto, están aumentando las tensiones entre los Estados. Su importancia relativa no se refleja aún en el equilibrio internacional  de poder ni en el desplazamiento del centro de la economía. Algunos países están reforzando su potencia militar, preludio a este efectivo reequilibrio. El principal problema es el control real de los recursos energéticos. Este control es indispensable porque el modelo de desarrollo que se exporta a estos países requiere una gran cantidad de energía. Este reequilibrio corre el riesgo de causar algunos conflictos regionales. Por último, el mantenimiento de este modelo de desarrollo tanto en los países emergentes como desarrollados no es sostenible a largo plazo, no solo por la falta de recursos energéticos, sino también por la aceleración de la contaminación que se ha convertido en un problema importante en estos países.

Pero hay una última área donde se está gestando la crisis, y es la esfera política. El mundo político ha ido perdiendo sus medios de acción, prisionero de las relaciones de poder que él mismo inició con el mundo de los negocios y, está amenazada por todos lados. Las alternancias se han vuelto frecuentes en muchos países, cada vez las elecciones producen un cambio de mayoría. También hay un aumento del nacionalismo y del extremismo, así como un desencanto de los votantes. En los países donde el voto no es obligatorio, a menudo hay un aumento de la abstención. Los votantes escuchan los discursos de repliegue de los partidos populistas. El avance del movimiento 5 estrellas en Italia demuestra que hay un populismo de izquierdas. Algunos de los partidos habían asumido parte de las ideas de la extrema derecha están ahora a las puertas del poder, no son ya parte de algunas coaliciones de gobierno. Puede suceder que esta tentación de repliegue se combine con aspiraciones nacionalistas preexistentes, como en Bélgica con Flandes así como en el norte de Italia, Cataluña o Escocia. Los ciudadanos quieren  gobiernos que vuelvan a controlar la situación. El repliegue hacia  un espacio más pequeño permite, en teoría, contemplar  un mejor control. Sin embargo, sin un cambio en las reglas del  juego no hay cambio en las reglas y en un mundo que sigue abierto, el discurso de desafío ante el orden existente de los partidos populistas o nacionalistas no tiene ninguna posibilidad de producir cambios y el repliegue podría ser el preludio de otros cambios más peligrosos.

Algunas conclusiones … por el momento

Para concluir esta conferencia, planteo dos preguntas. A pesar de que puede parecer chocante ahora, vale la pena recordar que estas  preguntas nunca se plantearon durante los Treinta Años Gloriosos o que si se hubieran planteado no habrían tenido ningún sentido.

La primera se refiere a los beneficios. Si un es legítimo que se remunere a un empresario por el capital invertido y el riesgo asumido,  hasta dónde puede llegar esta remuneración sin poner en peligro el equilibrio general entre las empresas, la política y los ciudadanos, lo que podríamos llamar, para simplificar, la democracia?

La segunda se refiere a la división del trabajo. Durante la mayor parte del boom de la posguerra, el crecimiento de la producción fue de la mano del empleo, las ganancias de productividad de la época no eran lo suficientemente importantes como para producir desempleo. Hoy en día, aunque la cantidad total de trabajo aumenta, su reparto ha cambiado. La máquina reemplaza al hombre el trabajo se exporta. Hay que hacer frente a una realidad muy preocupante: hoy en día se requiere un crecimiento superior al 2,5 % para estabilizar el desempleo, y un crecimiento mucho más alto durante varios años para comenzar a invertir. SE trata de unas condiciones que no se han dado en los últimos cuarenta años. Es preciso abordar la cuestión de la división del trabajo y de las rentas del trabajo de manera diferente.

Hay dos grandes dificultades en la crisis. La primera es la tendencia ano  ver más que los detalles y problemas específicos. Nadie ve el panorama general, y en cierto modo el objetivo de esta conferencia era ofrecer una visión de conjunto. La segunda se deriva de la falta de perspectiva global. Cada problema se analiza de forma independiente de los otros, sin una estrategia global. Lo que funciona bien para una ciudad no es necesariamente un enfoque adecuado en un mundo globalizado. Este es el reto del futuro para el mundo de la política: encontrar una visión a largo plazo, abandonar la economía como único modelo y medida de su acción,  llevar a cabo un reequilibrio real de las relaciones de poder entre los actores del sistema , preludio esencial para la salida de la crisis

(0) Arcelor, Caterpillar y Ford Genk son tres casos de empresas que cerraron centros y despidieron a muchos trabajadores en Bélgica entre  2012 y 2013.

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  1. Dans ce cas, effectivement, c’est plus délicat.

  2. nb : j’ai écrit imaginer et non croire.

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